llaves

Instintivamente, llevas la mano derecha al bolsillo para sacar unas llaves que no encuentras. Entonces recuerdas que esa casa ya no es la tuya. Hace casi un año que vives en otra ciudad. Miras a tu alrededor rápidamente, tratas de encontrar las diferencias: nada ha cambiado. Ahora miras todavía más rápido en tu interior: tienes la sensación de haber avanzado muy poco. Llamas al timbre, esperas un rato y la voz de un amigo te pide que entres. La fiesta acaba de comenzar y la gente llega poco a poco. Te alegras de ver muchas caras conocidas, otras todavía son un misterio. Te pones una copa, sales al balcón y charlas con alguien que lleva ahí un buen rato observando la calle. Huele a primavera. Vuelves dentro y decides pinchar algunas canciones. Caes en la tentación y haces sonar fragmentos de la banda sonora del piso. Después te pones a bailar. Las horas pasan alegres.

Al final de la noche chocas con alguien en el estrecho pasillo. Notas que algo se te clava en la pierna. Llevas la mano al bolsillo derecho. Allí están de nuevo…

amor de hijo

¡Qué bien se está aquí! La cabeza entre las rodillas de mi madre. En la blandura de los muslos a través de la tela suave del delantal de hilo, mirando las llamas que hacen figuritas en el aire. Mi madre pela patatas al lado de la lumbre y habla con la abuela. Le va contando su vida en casa de los tíos, sus apuros y sus trabajos, los celos de mi tía con ella por mí. Y yo le miro la cara de abajo a arriba sin que ella me vea. La cara alumbrada del rojo de las llamas. La cara cansada de trabajo y de pena. Entierro la cabeza en en el delantal como los gatos. Quisiera ser gato. Saltaría encima de las faldas y me haría una bola. Estoy cansado de todos: cansado de mi tía, cansado del colegio, cansado de las gentes estúpidas que no ven en mí más que el niño; y yo sé que soy más que ellos, y veo las cosas, y me las trago, y me las aguanto. Subir encima de las faldas, hacerse una bola, dormitar, oyendo hablar a mi madre sin escucharla, sintiendo su valor y el calorcillo de las llamas y el olor de la retama. Quedarme allí, quieto, ¡muy quieto!

Me enrosco más sobre mí mismo, buscando más contacto aún. Mi madre me acaricia los pelos revueltos, el remolino de «malo» de la coronilla; sus dedos distraídos me acarician la cabeza pero yo los siento dentro. Cuando para la mano, la cojo y la miro. Tan pequeñita, tan fina, desgastada por el agua del río, con sus deditos afilados y sus yemas picadas de la lejía y sus venas azules torcidas remosas y vivas. Vivas de calor y de sangre, vivas de movimiento, rápidas, dispuestas a correr y saltar, a frotar enérgicas , a acariciar suaves. Me gusta pegarlas a mis carrillos y frotarme contra ellas, me gusta besar la punta de sus dedos y mordisquearlas, aquí, que no tengo que esconderme detrás de una puerda para dar un beso a mi madre mientras mi tía me grita
-Niño, ¿dónde estás?

La forja de un rebeldeArturo Barea

anhelo de viaje

carguero

«En cuanto me veo haciendo mohínes enfurruñado, si noto en mi alma las húmedas brumas de noviembre, siempre que me veo parándome involuntariamente antes las funerarias, o agregándome al cortejo del primer entierro con que tropiezo, y particularmente cuando la hipocondría me domina de tal forma que necesito de fuertes principios éticos para no lanzarme a la calle a quitarle a golpes, metódicamente, los sombreros a la gente… entonces, ya sé que es tiempo de embarcarme en cuanto pueda.»

Moby DickHerman Melville

grandes olas

Siempre he soñado con grandes olas que se acercan a la ciudad. Nunca he tenido miedo porque las observo desde una situación privilegiada, desde un punto elevado no muy bien definido y, de alguna manera, sé que los edificios en peligro no están habitados.

Esta noche han vuelto a aparecer: se acercan muy lentamente y me hallo en una especie de construcción inmensa de aspecto circular, con un balcón exterior muy estrecho que comunica estancias pequeñas y vacías. Cuadrillas de trabajadores se afanan en el acondicionamiento del edificio, como si un gran número de personas fuera a mudarse muy pronto a esa colmena gris. Me asusto y pienso que quizás sea preferible encontrarse esperando a la gran ola allá abajo…

chop suey

chop suey hopper
chop suey

¿Qué pasa por la cabeza de esta muchacha que podría ser nuestra bisabuela?, ¿tatarea mentalmente el último éxito de la época?, ¿realmente atiende a su amiga?…

praga

puentes de Praga

Hay ciudades que nos encontramos tantas veces en las páginas de los libros que cuando tenemos la suerte de andar por sus calles nos sentimos como en casa.

Praga es un ejemplo clarísimo. De pequeño temblé en sus pasadizos con El Golem de Meyrink. De adolescente me enamoré en sus jardines con Toda la belleza del mundo de Seifert. Después conocí a Pablo Neruda y me enteré que realmente este chileno se llamaba Neftalí Reyes y su apellido lo había tomado prestado de Jan Neruda, que dedicó un librito precioso dedicado a las calles de la Malá Strana.

Y la madeja sigue y sigue…

lilac wine

I lost myself on a cool damp night
I gave myself in that misty light
Was hypnotized by a strange delight
Under a lilac tree
I made wine from the lilac tree
Put my heart in it’s recipe
It makes me see what I want to see
And be what I want to be
When I think more than I want to think
Do things I never should do
I drink much more that I ought to drink
Because it brings me back you
Lilac wine is sweet and heady,
Like my love
Lilac wine,
I feel unsteady,
Like my love (Jeff Buckley – Grace)

O como diría el alemán

La fuerza de atracción, a menudo imposible de resistir, del alcohol no está en el goce físico que proporciona, sino en su fuerza mística. De ahí que el desgraciado bebedor se refugie en el alcohol no porque sea un depravado, sino porque está hambriento de poder espiritual…

la risa

Debido a mi pequeño tamaño suelo fijarme en los detalles. Me gustan las miradas que duran menos de un segundo, las sonrisas apenas esbozadas. El otro día volví a encontrarme con una de ese tipo. Viene desde 1624 y me encanta imaginar cómo era en ese momento la vida de aquel caballero… ¿sentís envidia?

detalle caballero riendo hals

la familia Durrell

Ayer, cuando volvía a casa después de un duro día de trabajo, me paré en una tienda de libros de segunda mano. Muchos ejemplares oscurecidos del Círculo de Lectores, muchas revistas antiguas, autobiografías de personajes del corazón… mi vista iba recorriendo rápidamente títulos y en un momento que bajé los ojos me topé con uno que me llamó la atención: Qué fue de Margo. Rápidamente recordé que se trataba del libro que había escrito la hermana de Gerald Durrell, el autor de Mi familia y otros animales. Así que decidí comprarlo por 2,5 euros. Al llegar a casa estuve pasando sus páginas y observando las fotos de la familia Durrell. Y me puse a pensar cómo había llegado a comprar ese ejemplar…

Primero fue la portada de «Mi familia y otro animales». Un cuadro de Rousseau. Lo siento, pero pudo más la portada que la contraportada. Al instante doté al libro de una imagen, de un anhelo. Después vinieron sus páginas en las que pude sentir el calor de Corfú y la belleza de una infancia al aire libre. De ahí vino el conocimiento de los hermanos de Gerry. Y así me fue presentado Lawrence Durrell. El cuarteto de Alejandría vino después y sus radiaciones (como diría Jünger) atrajeron a muchos otros como Cavafis. Ayer se abría otra perspectiva, la que me podía mostrar Margo de sus hermanos. Es muy curioso cómo nos proyectamos con diferentes luces sobre los demás… y cómo los demás nos perciben…