la uva y el vino

Un hombre de las viñas habló en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir le reveló su secreto:
La uva – le susurró – está hecha de vino.
Marcela Pérez Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

El libro de los abrazos – Eduardo Galeano

Creo que descuido demasiado mis palabras…

la cola de los caramelos

Mi clase se redujo a la mitad. La señorita me sentó en otro pupitre, junto a un chico que se llamaba Orion. Nos caímos bien desde el primer momento, y empezamos a hacer juntos el camino de vuelta a casa. Un día me dijo que en la calle Zawalna iban a vender caramelos y que, si quería, podríamos ponernos en la cola. El haberme dicho lo de los caramelos era un gesto muy hermoso, pues hacía ya tiempo que ni soñábamos con golosinas. Mamá me dio permiso, y Orion y yo fuimos a la Zawalna. Había oscurecido y nevaba. Ante la tienda ya se había formado una nutrida cola de niños que se extendía a lo largo de varias casas. La tienda tenía echados los cierres de madera. Los niños que se encontraban al principio de la cola nos dijeron que no abriría hasta el día siguiente y que deberíamos de esperar toda la noche. Desanimados, regresamos a nuestro sitio, es decir, al final de la cola. Sin embargo, no paraban de llegar más y más niños; la cola se alargaba hasta el infinito.

El frío, crudo, gélido, penetrante, se volvió mucho más intenso que el que había hecho durante el día. A medida que pasaban los minutos, y luego las horas, se nos hacía cada vez más difícil aguantar a la intemperie. Desde hacía algún tiempo, en los pies y en las manos tenía unos sabañones inyectados de agua que me dolían mucho. Al caer la noche, el frío helador aumentaba aquel dolor, que se estaba volviendo insoportable. Gemía a cada movimiento.

Mientras, la cola se rompía cada dos por tres en diferentes puntos, desparramándose por la calle helada y cubierta de nieve. Para calentarse, los niños jugaban a las cuatro esquinas. Forcejeaban, retozaban y se revolcaban por el blanco pulmón. Después regresaban a la cola y otro grupo se lanzaba a la carrera entre gritos. En la mitad de la noche alguien hizo fuego. Estalló una preciosa llamarada. Uno tras otro, corríamos hasta aquel fuego para calentarnos las manos, aunque sólo fuera por unos instantes. En las caras de los niños que había logrado llegar hasta el fuego se reflejaba su brillo dorado. A la luz de aquel brillo sus rostros se fundían, se llenaban de calor. Luego, calientes, regresaban a sus sitios y nos entregaban a nosotros, los que seguíamos en la cola, unos rayos de su ardor.

Al alba, la cola estaba rendida de sueño. De nada habían servido las advertencias de que dormir a la intemperie helada significaba la muerte. Ya nadie tenía fuerzas para buscar ramas que echar al fuego ni para jugar al corro o a las cuatro esquinas. El frío, cruel, atroz, monstruoso, nos calaba hasta los huesos. No sentíamos ni piernas ni brazos. Para salvarnos, para sobrevivir a la noche, nos aferrábamos unos a otros con todas nuestras fuerzas. La cola se había convertido en una cadena frenéticamente soldada de la que se evaporaban los restos de calor. La nieve caía copiosa, cubriéndonos cada vez más con su suave y blanco manto.

Aún no había amanecido cuando llegaron dos mujeres envueltas en gruesos mantos y se pusieron a abrir la tienda. Un soplo de vida recorrió la cola. Soñábamos con montañas de caramelos, con maravillosos palacios de chocolate. Soñábamos con princesas de mazapán y con pajes de pasta de miel. En nuestra imaginación todo ardía, centelleaba e irradiaba luz. La puerta de la tienda se abrió por fin y la cola se puso en movimiento. Nos lanzamos todos hacia adelante apretujándonos unos contra otros para calentarnos y para poder comprar algo. Pero en la tienda no había ni caramelos ni palacios de chocolate. Las mujeres vendían latas de caramelos vacías. Una por cabeza. Eran unas latas grandes y redondas que tenían pintados en las paredes unos bravucones gallos de colores y la inscripción en polaco: E. Wedel.

Al principio nos sentimos defraudados y llenos de angustia. Orion se echó a llorar. Pero cuando nos pusimos a examinar de cerca nuestro botín, una gran alegría empezó a apoderarse de nosotros, pues vimos que en las paredes de las latas se habían conservado dulces restos, unas minúsculas migajas de colorines, una escarcha espesa que olía a fruta. Al fin y al cabo, nuestras madres podrían hervir agua en aquellas latas y así obsequiarnos luego con ¡una bebida dulce y aromática! Más animados ahora, contentos incluso, en lugar de ir directamente a casa, nos dirigimos al parque, donde en verano se había instalado un circo. Si bien el circo se había marchado tiempo atrás, como había tenido que recoger los bártulos deprisa y corriendo, habían dejado un tiovivo. Habían robado el motor del artefacto y casi todas las sillas. Pero quedaba una, y si se reunían varios chicos que tuviesen un palo, podrían hacerlo girar como una peonza.

El parque está desierto y sumido en el silencio. Vamos corriendo hacia el tiovivo y empezamos a moverlo. Ya se ha puesto en marcha, ya chirría. He saltada a la silla y me he abrochado la cadena Orion da las órdenes; con voz de mando exhorta a los chicos, que como galeotes empujan el palo con cuantas fuerzas pueden reunir, a que se afanen: rápido, más rápido, más, más, más. Febril, Orion grita a voz en cuello, los chicos también han enloquecido, el tiovivo gira que te girarás, ráfagas de viento helado y cortante me azotan la cara, un viento vertiginoso, cada vez más fuerte, en cuyas alas me elevo como un piloto, como un pájaro, como una nube.

Imperio – Ryszard Kapuściński

esperando o recordando

Me dijo que en su opinión la gente vive años y años, pero que en realidad es sólo en una pequeña parte de esos años cuando vive de verdad, y esto es en los años en que consigue hacer aquello para lo que nació. Entonces, en ese momento, es feliz, el resto del tiempo es tiempo que se pasa esperando o recordando. Cuando esperas o recuerdas, me dijo, no estás ni triste ni feliz. Pareces triste, pero se trata únicamente de que estás esperando o recordando. No está triste la gente que espera, ni tampoco la que recuerda. Simplemente está lejos.

Esta historia – Alessandro Baricco

sabines

Cuando te regalan arte a veces te hacen más feliz, a veces más sabio, otras te hacen entristecer. Pero nunca te puedes quedar indiferente…

El mar se mide por olas, el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
el agua en los ojos,
nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
nosotros y nada…

Horal – Jaime Sabines

«Sucedidos» de Galeano

Antaño don Verídico sembró casas y gentes en torno al boliche El Resorte, para que el boliche no se quedara solo. Este sucedido sucedió, dicen que dicen, en el pueblo por él nacido.

Y dicen que dicen que había allí un tesoro, escondido en la casa de un viejito calandraca.

Una vez por mes, el viejito, que estaba en las últimas, se levantaba de la cama y se iba a cobrar su jubilación.

Aprovechando la ausencia, unos ladrones, venidos de Montevideo, le invadieron la casa.

Los ladrones buscaron y rebuscaron el tesoro en cada recoveco. Lo único que encontraron fue un baúl de madera, tapado de cobijas, en un rincón del sótano. El tremendo candado que lo defendía resistió, invicto, el ataque de las ganzúas.

Así que se llevaron el baúl. Y cuando por fin consiguieron abrirlo, y lejos de allí, descubrieron que el baúl estaba lleno de cartas. Eran las cartas de amor que el viejito había recibido todo a lo largo de su larga vida.

Los ladrones iban a quemar las cartas. Se discutió. Finalmente, decidieron devolverlas. Y de a una. Una por semana.

Desde entonces, al mediodía de cada lunes, el viejito se sentaba en lo alto de la loma. Allá esperaba que apareciera el cartero en el camino. No bien veía asomar el caballo, gordo de alforjas, por entre los árboles, el viejito se echaba a correr. El cartero, que ya sabía, le traía su carta en la mano. Y hasta san Pedro escuchaba los latidos se ese corazón loco de alegría de recibir palabras de mujer.

El libro de los abrazos – Eduardo Galeano

Bailad, bailad, malditos

De modo que Eduardo y May se levantaron, entre el aplauso general, para bailar solos, y Berta tocó la pieza más arrebatadora de su repertorio.
Pues bien: creedme o no, apenas hubieron bailado cinco minutos, súbitamente el mandadero tira la pipa, coge a Dot por la cintura, se lanza en medio de la habitación y voltea rápidamente con ella haciendo piruetas, ora sobre los talones, ora sobre la punta del pie. Apenas les vio Tackleton, se deslizó suavemente hacia la señora Fielding, la cogió por la cintura y siguió el vaivén. Al notarlo el viejo Dot, se puso en pie y arrebató a la señora Dot en medio del grupo, poniéndose a su cabeza; Caleb, al verlos, tomó a miss Slowboy por ambas manos y partió enseguida con ella, y miss Slowboy, convencida por completo de que las únicas reglas de danza consisten en penetrar vivamente entre las demás parejas y ejecutar a su costa cierto numero de choques más o menos violentos, se entregó a estos ejercicios con entusiasmo.

El grillo del hogar – Charles Dickens

Dickens es magnífico a la hora de describir escenas humanas, desde las más tristes a las más alegres. Y aquí nos presenta en un simple párrafo la alegría del baile. El que no haya sentido nunca (viendo o participando) el torbellino bailarín como miss Slowboy se está perdiendo algo realmente importante en esta vida. Olvidad por unos minutos las hipotecas a 50 años, la teletienda, la política cansina, el desengaño amoroso, los trabajos basura. Además, no hace falta que la melodía sea sublime: si se trata de una orquesta veraniega mucho mejor.

¡Qué poco queda para el verano!

yo también he capitulado

Tengo que reconocerlo: yo también he sucumbido a los encantos de Lost. Empecé ayer, y casi sin darme cuenta ya he visto los siete primeros capítulos. Supongo que para los que ya estáis por la tercera temporada estos inicios pueden arrancar una sonrisa. Pero seguro que observaréis con un poco de envidia todo el campo que me queda por delante.

Y tanto me ha gustado que durante el día de hoy estuve pensando dónde reside la magia de la historia. Como todo nuevo fan, necesitaba hablar con fans veteranos. Así que acudí a mi hermano. Y éste me dijo que «en muchos momentos le gustaría vivir en la isla…».

Eso es precisamente lo que nos proporciona la serie. El inicio de una nueva vida. Claro que no todo el mundo cambia de vida así como así, con lo cual recurrimos a una ruptura traumática con el pasado (un accidente aéreo) y a un escenario muy concreto: una isla.

No se trata de ninguna casualidad el haber escogido una isla. Tenemos multitud de ejemplos en la literatura universal porque muchos escritores son incapaces de resistir ese poder absoluto de recrear o utilizar la isla como pequeño laboratorio social y emocional. Ahí está la juvenil «Isla de Coral» con esos empalagosos niños náufragos que parecen sacados de una película de Spielberg. Y como contrapartida está «El señor de las moscas» con una tropa de canijos demostrando que todo niño pequeño es un cabrón en potencia. Tenemos a don «Robinson Crusoe» sobreponiéndose gracias a una mezcla de religión+amistad+tozudez y la emocionante «Isla del tesoro» que puede leerse miles de veces sin llegar a cansar nunca. Inquietos nos quedamos tras leer esa «Isla del doctor Moreau» donde los animales se convierten en humanos y acompañamos regocijados a Odiseo que va dando tumbos de isla en isla para no tener que explicarle a Penélope ese peaso de juerga que se le ha ido de las manos. Ejemplos no nos faltan…

De vuelta a la isla en cuestión, una vez que estamos en la orilla junto al avión estrellado es imposible no pensar qué papel adoptaríamos en este nuevo orden. Por ahora tenemos un líder nato, el siervo nato, el capullo nato, la superficial, la mujer coraza, una embarazada, el nifunifa, un iraquí, el espiritual, un grupo de padre hijo y perro, una pareja de coreanos que (teóricamente) no se enteran de nada y… ¡hasta tenemos un guitarrista!. Pero claro, no todo puede ser tan obvio y cada capítulo voy aprendiendo que el capullo no es tan capullo y supongo que más adelante la superficial hará algo que me haga cambiar de opinión. Lo único que creo no va a cambiar es mi enamoramiento repentino de una tal Kate.Y la sensación de estar plenamente de acuerdo con mi hermano: en muchos momentos me gustaría estar ahí con ellos y poder partir de cero de nuevo.

En fin… que estoy realmente enganchado.

semana de libros

Esta semana ha estado dominada por el signo de los libros. Después de terminar el Lobo Estepario me adentré en las páginas de Luces de Bohemia. Muchas veces nos echa para atrás la fama que precede a ciertos clásicos, recordamos su título nombrado en el manual de literatura que usábamos en el colegio… sí, podíamos discutir sobre muchos libros; conocíamos su estructura interna, la psicología de sus personajes, el estilo. Sólo se nos había pasado un pequeño detalle: leerlos.

Todavía recuerdo aquellos «libros de claves sobre…» que podías utilizar para realizar los trabajos del trimestre sin tener que leer los originales. Pero me desvío. La noche del lunes abrí las páginas de Luces de Bohemia y me adentré en un lenguaje nuevo, en escenarios y tipos de Madrid, en una época revuelta y revoltosa. Me reí en algunos pasajes por las viveza de los diálogos, el ingenio en las réplicas. Y no digo más: si no lo habéis leído no esperéis más para hacerlo.

Segundo día. Martes noche. Segundo libro: El amor, las mujeres y la vida de Benedetti. Un libro de poesía sobre la soledad, el amor, la soledad que vuelve después, el siguiente amor… un libro al que volveremos mil veces.

«porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no»

Harry Haller o el lobo estepario

El pasado viernes compré dos libros para hacer un regalo. Al final, entre unas cosas y otras, encontré un detalle más adecuado que uno de los dos libros. Así que me quedé con un ejemplar de El lobo estepario. Ayer de noche abrí el paquete y comencé a leer de nuevo sus páginas. Ya la introducción consigue capturar tu atención y la breve descripción que se hace de Harry Haller te lleva a querer saber más. Uno de los detalles que más me gustan en este inicio es la admiración que siente este lobo estepario por el orden burgués

«- Ve usted- continuó Haller -, este vestíbulo diminuto con la araucaria huele de modo tan encantador; a menudo no puedo pasar por aquí sin pararme un rato. También en casa de su tía de usted huele muy bien y reina el orden y la mayor pulcritud; pero este rincón de esta araucaria es de tan radiante pureza, está tan barrido y encerado y lavado, tan inviolablemente limpio, que ciega su resplandor. Aquí tengo siempre que respirar abriendo mucho la nariz. ¿No lo huele usted también? Como el olor de la cera del piso y una leve reminescencia de trementina, juntamente con la caoba, las hojas lavadas de las plantas y todo lo demás producen un aroma, un superlativo de limpieza burguesa, de esmero y exactitud, de cumplimiento del deber y de devoción de los detalles. No sé quién vive ahí; pero detrás de esos cristales debe haber un paraíso de pulcritud y de limpia civilidad, de orden y de escrupuloso apego a los pequeños hábitos y deberes.

como yo callara, siguió él:

– Ruego a usted que no piense que hablo irónicamente. Caballero, nada más lejos de mi propósito que querer de algún modo reírme de esta civilidad y de este orden. Bien es verdad que yo vivo otro mundo diferente, no en éste, y tal vez no sería capaz de aguantar ni un sólo día siquiera en una vivienda con tales araucarias. Pero aunque yo sea un viejo y pobre lobo estepario, no dejo de ser al mismo tiempo el hijo de una madre, y también mi madre era una señora burguesa…»

o como el párrafo

«…Y lo que, por el contrario, me sucede a mí en las raras horas de placer, lo que para mí es delicia, suceso, elevación y éxtasis, eso no lo conoce, ni lo ama, ni lo busca el mundo más que si acaso en las novelas; en la vida, lo consideran una locura. Y en efecto, si el mundo tiene razón, si esta música de los cafés, estas diversiones en masa, estos hombres americanos contentos con tan poco tienen razón, entonces soy yo el que no la tiene, entonces es verdad que estoy loco, entonces soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la bestia descarriada en un mundo que le es extraño e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su alimento.»

Dentro de un rato me volveré a sumergir en sus páginas. Puede que no sea una lectura alegre, pero reconforta saber que existen magos que transforman este dolor sordo, esto que llevamos dentro en palabras. Y ya mañana leeré algo alegre…

contentos con tan poco tienen razón, entonces soy yo el que no la tiene, entonces es verdad que estoy loco, entonces soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la vestia descarriada en un mundo que le es extraño e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su alimento.»

Dentro de un rato me volveré a sumergir en sus páginas. Puede que no sea una lectura alegre, pero reconforta saber que existen magos que transforman este dolor sordo, esto que llevamos dentro en palabras. Y ya mañana leeré algo alegre…