objetos inanimados: conclusión


Hay otra cosa en esas tres escenas. No me he fijado cuando veíamos las películas, pero al oír cómo las describes ahora, he caído de pronto en la cuenta.
¿El qué?
Las tres tratan de mujeres. De que son las mujeres quienes llevan el mundo. Se ocupan de lo que verdaderamente importa mientras que los desventurados hombres van dando tumbos por ahí haciendo chapuzas. O si no, se quedan en la cama sin hacer nada. Eso es lo que pasa después de lo de la horquilla. Apu mira al otro extremo de la habitación, a su esposa, agachada sobre una tetera, preparando el desayuno, y no hace movimiento alguno para ayudarla. Igual que el italiano, que no repara en lo que le cuesta a su mujer cargar con esos cubos de agua.
Por fin, dijo Katya, dándome un leve codazo en las costillas. Un hombre que lo entiende.
No exageremos. Sólo incorporo a tu teoría una anotación al margen. A tu muy perspicaz teoría, debo añadir.
¿Y qué clase de marido eras tú, abuelo?
Igual de distraído y perezoso que los payasos de esas películas. Tu abuela se encargaba de todo.
Eso no es cierto.
Sí lo es. Cuando venías a casa con nosotros yo siempre hacía gala de mi mejor manera de ser. Tendrías que habernos visto cuando estábamos solos.

Un hombre en la oscuridad – Paul Auster

el joven poeta

Un día vino a verme un joven poeta, uno de esos que viene a verme todos los días… Tras los cumplidos habituales sobre mi ingenio, mi agudeza, mi buen gusto, mi bondad, y otras adulaciones de las que no creo una sola palabra, por mucho que ya haga más de veinte años que me las repiten y, a lo mejor, de buena fe, el joven poeta saca un papel del bolsillo: son unos versos, me dice. -¡Versos! – Sí, señor, sobre los cuales espero tengáis la bondad de darme vuestra opinión. – ¿Os gustaría oír la verdad? – Sí, señor, y os la pido. – Pues la sabréis. -¡Vaya! ¿Sois tan tonto como para creer que un poeta va a visitaros buscando la verdad? -Sí. – ¿Y tan tonto como para decírsela? – ¡Sin duda! – ¿Sin subterfugios? – Indudablemente: el subterfugio más sutil no es más que una grosera ofensa: fielmente interpretado significaría: sois un mal poeta, pero como no os veo suficientemente fuerte para soportar la verdad, sois además un enclenque. – ¿Y siempre os ha dado buen resultado tanta sinceridad? – Casi siempre… Leo los versos del joven poeta, y le digo: Vuestros versos me demuestran que no sólo sois un mal poeta, sino que jamás lo seréis mejor. – Preciso será entonces que siga haciendo malos versos; porque no puedo dejar de escribir. -¡Qué terrible maldición! ¿Os hacéis cargo del envilecimiento en el que caeréis? Ni los dioses, ni los hombres, ni las columnas han perdonado la mediocridad de los poetas: lo dice Horacio. – Lo sé. ¿Sois rico? – No. ¿Sois pobre? – Muy pobre. – Vais a añadir a la pobreza la ridiculez del poetastro; malgastaréis vuestra vida, llegaréis a viejo: viejo, pobre y mal poeta, ¡ah, señor!, ¡qué triste papel! – Me lo imagino, pero me siento arrastrado a pesar mío… Jaques hubiera dicho: está escrito allá arriba. -¿Tenéis padre? – Sí. – ¿Cuál es su condición? – Es joyero. – ¿Os ayudaría? – Quizá. -¡Bien! Id a ver a vuestro padre, proponedle que os adelante un crédito en joyas. Tomad un barco para Pondichéry; durante el viaje escribid malos versos; una vez allí hacéis fortuna. Cuando seáis rico, volvéis y escribís todos los versos que os plazca, siempre que no los deis a imprimir, ya que no está bien arruinar a nadie… Doce años después de darle este consejo, el joven poeta volvió a visitarme; cuando compareció ante mí, no le reconocí. -Soy aquel que enviasteis a Pondichéry, me dijo. – Allí me fui, amasé unos cien mil francos. He vuelto; estoy escribiendo versos nuevamente, y os los traigo para que los juzguéis… ¿Siguen siendo malos? – Sí, pero como vuestra vida está solucionada, os permito que continuéis escribiendo…

Jaques el fatalistaDenis Diderot

celebración de la fantasía

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando a lo lejos las ruinas de piedra cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel albororto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

– Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima – dijo

– ¿Y anda bien? – le pregunté

– Atrasa un poco – reconoció

El libro de los abrazos – Eduardo Galeano

biblioteca quemada

A Jean Baptiste Henri de Valincourt se le había quemado la biblioteca. Al decirle Racine que lo sentía le responde:

«Si mis libros no me hubieran enseñado a prescindir de ellos, no me habrían servido de nada»

nuevo despertar

Cuando me levanté a la mañana siguiente y abrí las persianas, ante mí se extendía gozosamente el mar iluminado por el sol generoso de agosto y la lejana costa de Escocia rozaba el horizonte con rayas de azul diluido.

Este espectáculo era tan sorprendente y de tal novedad para mí, después de mi extenuante experiencia del paisaje londinense compuesto de ladrillo y estuco, que me sentí irrumpir en una vida nueva y en un orden nuevo de pensamientos en el mismo momento de verlo. Se me imponía una sensación imprecisa de haberme desligado súbitamente del pasado, sin haber alcanzado una visión más clara del presente o del porvenir. Los sucesos de no hacía más de unos días se borraron de mi recuerdo, como si hubieran ocurrido muchos meses atrás.

La dama de blanco – Wilkie Collins

islas felices

Que Dios bendiga las islas solícitas
donde las órdenes nunca van a llegar
que Dios bendiga las Republicas justas
que den al hombre un hogar…
Rudyard KiplingLos hombres rotos

Venid, amigos míos
No es demasiado tarde par buscar un nuevo mundo.
Zarpemos, y bien sentados boguemos juntos
los resonantes surcos; pues me propongo
navegar más allá de donde se ponen
todos los astros de Occidente, hasta que muera.
Es posible que las corrientes nos arrastren:
es posible que demos con las Islas Felices
TennysonUlises

Del prefacio de Las islas felices de Oceanía, de Paul Theroux

leído en domingo

Fue uno de mis 28 derribos. Yo nunca apunté contra personas, y le diré más: de haber sabido que Saint-Exupéry iba en ese avión, no hubiera disparado. Ya entonces había leído todos sus libros, era un escritor célebre. Pero yo no lo sabía, ni siquiera hoy puedo estar del todo seguro.

El piloto alemán que abatió al escritor

Lo triste de la guerra: si reconoces al que tienes enfrente no habrías disparado. Quizás por eso los uniformes buscan el anonimato y homogeneidad.

Tras leer estas declaraciones cojo las Radiaciones de Jünger y me encuentro con estas palabras subrayadas:

Noticias locales. Perpetua ha ido a visitar al pequeño Grethe que ha sido atacado por un carnero. Estaba jugando cerca de un prado con su hermano y, sin duda porque llevaba una chaqueta colorada, el animal lo volteó y arrojó al suelo. A cada una de sus tentativas de ponerse en pie, el carnero se enfurecía , le pisoteaba las dos clavículas, le golpeaba con los cuernos en la cabecita, que se hinchó hasta casi quedar irreconocible. Su hermano corrió hasta la aldea a buscar ayuda. Oyó cómo el pequeño, cada vez que se levantaba, trataba de apaciguar a su astado adversario con estas palabras:

-Carnero, que yo soy bueno.

Hugh Ferriss

ferriss

Gracias a Microsiervos me encuentro con esta página en la que se muestran los diseños que Hugh Ferriss hizo en 1929 para su obra «The Metropolis of Tomorrow». Al parecer sus dibujos nunca se llevaron a la práctica pero influyeron a un gran número de arquitectos posteriores.

No sé si me gustan tanto por su estética o porque me recuerdan la primera vez que me topé con imágenes parecidas: era canijo y echaban el vídeo de Radio Ga Ga en la tele. Embobado me quedé viendo el hormigueo de la fantástica ciudad…

crónica del pájaro que da cuerda al mundo

Aquí estoy de nuevo con mi música tras una breve época de descanso que he aprovechado para ubicarme en el nuevo año. El título escogido para la canción está dedicado al último libro que he devorado de Haruki Murakami. He intentado que la melodía desprenda lo que ha impregnado en mí la novela del inquietante japonés.

Espero que disfrutéis con ella tanto como yo he disfrutado haciéndola…

Pulsa aquí si prefieres bajarte la canción a tu ordenador.

los titanes venideros

Ayer me compré el libro Los titanes venideros en el cual Antonio Gnoli y Franco Volpi transcriben tres entrevistas que tuvieron con Ernst Jünger en la época que el escritor, filósofo, naturalista, anarca, esteta en guerra…cumplió los 100 años:

años venideros…

Esto en lo que se refiere al futuro. ¿Cómo imagina usted, por lo tanto, el próximo siglo?

-No tengo una idea demasiado feliz y positiva. Por decirlo con una imagen, quisiera citar a Hölderlin, que en Pan y vino escribió que vendrá la edad de los titanes. En esta edad venidera el poeta deberá aletargarse. Los actos serán más importantes que la poesía que los canta y el pensamiento que los refleja. Será una edad muy propicia para la técnica, pero desfavorable para el espíritu y para la cultura.

hablando de la figura del Anarca…

Pero el Anarca, ¿no corre el riesgo de ser una figura demasiado literaria, casi romántica?

-No lo diría. El hombre romántico de alguna manera huye de la realidad y se construye con la fantasía poética o con el sueño un tiempo y un espacio suyos. El Anarca, en cambio, conoce y evalúa bien el mundo en que se encuentra y tiene capacidad para retirarse de él cuando le parece. En cada uno de nosotros hay un fondo anárquico, un impulso originario hacia la anarquía. Pero desde que nacemos dicho impulso se ve limitado por el padre y la madre, la sociedad y el Estado. Son sangrías inevitables que padece la energía originaria del individuo y que nadie puede rehuir. Pero el elemento anárquico se mantiene latente y puede irrumpir como la lava: puede liberar al individuo, pero también destruirlo. El Anarca sabe que la libertad tiene un precio, y sabe que quien quiere disfrutarla gratuitamente da muestra de no merecerla. Por eso no ha de confundírselo con el anárquico: éste se relaciona con la sociedad, tiene con ella una relación negativa que se manifiesta de manera virulenta en la disponibilidad del anárquico para practicar el terror a fin de conseguir sus propios fines. El Anarca no tiene sociedad. La suya es una existencia insular…

Y del hogar…

A veces habla usted del bosque como de algo secreto, algo inaccesible…

Eso también, ciertamente, pero en el sentido en que es secreta la intimidad de cada cual, su casa. En alemán las palabras Heim (casa), Heimat (patria) y heimlich (secreto) tienen la misma raíz. El bosque es secreto no solamente en el sentido de que esconde, sino también en el sentido de que al esconder protege.